Autor: Adrian Bravo (Ilustración: Jonna Vainionpää)

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cinefilia y relatos

jueves, 20 de septiembre de 2007



Tres microrrelatos, sobre tres personajes diferentes.





A los tres les gustan los perfumes

Emilio. Trabaja seleccionando personal para multinacionales en una consultora. Es detallista, compasivo y remilgado. Le gusta el tacto de las chaquetas de pana y siempre, siempre, lleva zapatos marrones. Tiene 49 años, 2 hijos y veranea en Peñíscola desde que se casó hace 23 años. Le gusta mucho el presentador Andoni Ferreño y lamentó profundamente la desaparición de la parilla televisiva del programa “Noche de Fiesta”.

Carmen, monja cartuja de 73 años. Es misteriosa, vital y positiva. Se consagró a la orden en los años 50, y se trasladó desde Italia al único monasterio cartujo para mujeres existente en España. Tiene un ojo azul y otro verde, como David Bowie, a quien no conoce ni de oídas. La recogida del champiñón que cultivan en la huerta le ha esculpido de nuevo las manos, ahora son un poco de cartón. Mantiene su hábito siempre impoluto. La superiora no sabe que antes del oficio nocturno siempre lo perfuma con esencia de rosas silvestres que le trae su hermana Amparo desde Castellón. La superiora también desconoce otras cosas de Carmen.


Ramón, afilador de cuchillos. Es salao, intrépido y soñador. Natural de Badalona. Su mujer le prepara los calcetines todas las mañanas, en disposición militar, totalmente simétrica, encima de la cama, y eso le alegra el día. En el brazo derecho tiene una gran cicatriz fruto de una operación que le apartó de su oficio durante todo un verano. Tiene 56 años y el pelo como de estropajo, canoso y fuerte. Las mujeres salen un poco antes del mercado para verle pasar por la calle Mayor, con su flautita y sus pantalones gris perla que le marcan el paquete.

A Emilio, Carmen y Ramón les gusta mucho los perfumes.




Café, Emilio, café.

Emilio pensaba: -Café de Colombia, del bueno. Esto es aromático, esto es café. Me vino aquel chico con mucho ímpetu y se dedicó a alabar el aroma que desprendía mi taza dorada, la taza con relieve japonés del ajuar, eso sí que era estar a la que salta, el muy vivo. Y míralo, míralo como esta rindiendo en RITESA. Los que tenemos ojo tenemos ojo.-
Emilio se movía: de la oficina a la máquina de snacks no necesitabas más de 10 o 20 zancadas, pero Emilio las planeaba al dedillo. Primero un vistazo al traje, ni rastro de manchas, bien. Luego otro al bigotillo a través del espejo que escondía en el segundo cajón. Bigotillo bien recortado, bien. Tras de sí dejaba un reguero de Varón Dandy que echaba para atrás, y sin embargo a él siempre le parecía que olía a sudor, que algo fallaba con sus feromonas y que eran más potentes que las del resto de la gente. Lo solucionaba, por supuesto, con más Varón Dandy. Emilio repasaba los currículums a primera hora frente a la máquina de pastas y zumos. Y lo hacía sin prisas, mojándose el dedillo índice, acariciando las aristas de las hojas, mirando las fotos de los chavales, cuánto talento veía en los ojos de esos chavales. Y vive Dios, cómo disfrutaba Emilio regalando a las empresas su más preciado activo.
Emilio actuaba:
-Bien, señor Rosales, tras examinar su currículum me ha impresionado que ha cursado usted un máster en inyección de plásticos en la escuela…por cierto, ¿un café?
-Oh, sí, gracias. La verdad es que a estas horas se agradece. Soy un poquito maniático con el café, pero se lo agradezco.
-No me diga, no me diga que sabe apreciar usted un buen café…
-Bueno, me gustaría no ser tan selectivo, pero dos años en México hacen de ti un sibarita para estas cosas. Ya sabe, soy un poco de café, copa y puro, jeje.
-Rosales, ¡¡ya quedamos pocos!! En fin, a lo que íbamos. Parece ser que cumple usted el perfil para…


Por D/dios Carmen, por D/dios…

Las montañas que rodeaban el convento eran senos turgentes, bien proporcionados, se decía Carmen. El valle que la veía todos los días antes del amanecer era el pubis de Afrodita, los árboles que apuntaban hacia el cielo, los pezones gigantes de Adonis. El barrizal, quizás la lengua colmada de uvas pasas de Eros, lengua que cobraba vida y le susurraba los secretos de la existencia. Hacía unos años que Carmen se veía sorprendida por este tipo de pensamientos, hacía años que conversaba con todo lo que le rodeaba, envuelta en mil matices y olores, en mil tactos aterciopelados.
Esa mañana estaba cogiendo champiñones, a solas con Dios, a solas con el verde clorofila y con el rojo de unos labios carnosos que enmarcaba el monasterio. Charlaba con su amigo, su amado confesor ultraterrenal, y ya no tenía secretos para él, nunca más. Cuando Carmen se agachaba su hábito se prendía de vida, mecido por el viento de Benifasar. El aire brindaba caricias a sus muslos, se sentía insuflada de energía aquella mañana. Tenía ganas de saltar, ¡saltar!
Se acercó a la valla que rodea la huerta, allí acertó a ver un grupo de champiñones bien lustrosos, brillantes y sanos, listos para recoger. Nunca Carmen ha dejado de creer en los milagros, milagros como esos champiñones. Se puso de rodillas y los contempló durante varios minutos con una amplia sonrisa. Luego, suavemente, acarició el tallo de uno de ellos, el más fuerte, el más vigoroso. Lo hacía con los ojos cerrados y como guiada por la mano de Dios. Pero lo más glorioso de ese día, lo que la avivó en su fe como viento que agita las llamas fue la rugosa textura de la cabeza oronda del hongo. Sus terminaciones nerviosas se colmaron de luz y Carmen sintió una dulce punzada. En ese momento, rompió su voto de silencio y, con lágrimas brotando de su entrepierna, le regaló unas palabras al horizonte –Gracias, Señor.

Ramón Manostijeras

No se cuántas veces he alquilado ya Terminator 2. ¿20, 30 veces? Nunca me parece suficiente. El malo ese de metal es acojonante, con sus manos que se convierten en martillo, en machete, y venga, venga a darle a to lo que se menea. Y como corre, con lo que pesa el acero del que está hecho, como corre el tío. Que mal iba yo a vivir si los cuchillos jamoneros los sacaran de la peli…
-Ramón, majo, me afilas estas tijeras, que ya no me cortan bien el pollo…
-Si señora Antonia, ahora se las dejo niqueladas. ¿Ya sabe usted lo que ha pasao allí en donde vive la señora Nieves?
-¿Qué ha pasao hijo? –la señora Antonia ponía cara de atender la conversación frugal del afilador, pero cuando su mirada se posaba sobre la hoja de molar para afilar sus tijeras, aprovechaba para dar un repaso fugaz a la bien provista delantera del amigo.
- Pues mi señora me ha comentao que tienen secuestrao allí al niño de la tele, ese que desaparició en Navidad. Pues no se lo va usted a creer que me pase el otro día y vi como la sombra de un niño entre las cortinas.
-¡Pero si la señora Nieves no se aguanta de pie sola, que le va la asistenta to los días! Ay Ramón, que siempre estás con tus tontadas.
-Sí, sí, usted pásese y vea, que yo creo que la Nieves está más sola que la una y se ha agenciao un hijo de alquiler. Pásese usted y ya me dirá.
-Hijo, no sé que ties en la cabeza, pero hay que ver que lustre le dejas a las tijeras. ¿Cuánto es rey?
-No se si cobrarla con lo guapa que se ha puesto hoy, que parece una muñeca de porcelana señora Antonia. ¡Y lo bien que huele!
-Anda, anda, cóbrate y quédate la vuelta... Ale, que no se diga que soy roñosa, págate un cafelito a mi salud. Me voy donde la Nieves a saludarla.
-¡Llévese cuidao!
Si la señora Antonia saliese en Terminator 2 que mal lo llevaba con el malo de metal, con ese pandero que se gasta la pillaba en un santiamén. ¿Habrá salio ya la tercera? me tengo que ir a la ciudad a ver…

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