Autor: Adrian Bravo (Ilustración: Jonna Vainionpää)

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cinefilia y relatos

miércoles, 26 de septiembre de 2007



Jose Luís Guerín tiene más que ver con la pintura, con el oficio de ebanista de imágenes, con la búsqueda de la pureza en el caos, que con el cine, y por eso merece la pena acercarse a su obra. Ya en su película “En construcción” sentaba las bases de su modus operandi, de su relación con el mundo. Las imágenes que desprenden sus películas son retratos del movimiento perpetuo que pone en el mismo plano epistemológico las ondas que el viento dibuja en la melena de una desconocida y el baile de tranvías, transeúntes y bicicletas que domina el pulso actual de cualquier ciudad europea. Jose Luís Guerín parece haber condensado lo inherente al mundo y a las personas, a los gestos de cada uno, para presentarnos pastillas de realidad. “En la ciudad de Sylvia”, su última película, da rienda suelta a su yo más voyeur, y se embelesa en la búsqueda de un ideal, de la imagen perfecta de la feminidad, de los rostros que no conocemos ni conoceremos. Lo que el director consigue, pues, es una de las búsquedas más infructuosas y a la vez bellas que haya podido presenciar en un cine, y eso es mucho. Con excepcional naturalidad se produce la mímesis con el personaje principal, del que se nos presenta lo mínimo, si acaso su mirada diseccionadora, pero no sus motivaciones (y eso es una baza, ya que el espectador inevitablemente crea su propio mundo, sus propias historias que enriquecerán la que nos presenta el director)
Quizás es preferible no hablar demasiado del argumento. Quizás en esta película no es demasiado importante hacerlo, porque el argumento es la búsqueda, la búsqueda en mayúsculas, y el ensimismamiento que produce su visionado.
“En la ciudad de Sylvia” es una película para disfrutarla en silencio y con respeto. En silencio porque su metraje es prácticamente mudo: unas pocas líneas de diálogo se cuelan en un montaje pausado, tranquilo, que a la vez exige una completa concentración, pues cada gesto es importante, cada gesto entraña una identidad completa. Con respeto, porque es como el director trata al ser humano y a sus complicadas redes de interacciones, entre el mundo y las personas, entre la ciudad y las personas, y finalmente entre personas. Si queréis pasar un rato agradable revolviendo los cajones de la mesita de noche, buscando algo que de antemano sabéis que no vais a encontrar, pero sabiendo que la búsqueda devolverá a la vida objetos olvidados … esta es la película.

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