Autor: Adrian Bravo (Ilustración: Jonna Vainionpää)

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cinefilia y relatos

1 réplicas miércoles, 24 de octubre de 2007

Podemos irnos de excursión y, entre las zarzas, encontrarnos con un pedrusco. A partir de aquí tenemos dos opciones. O bien pegarle una patada para apartarla del camino, sin pararnos a pensar en las consecuencias, o bien agacharnos, sostenerlo entre las manos, sentir las aristas punzantes y la aspereza de su superficie, volver a casa y abrir libros de geología para categorizarla. Incluso podemos guardarla en una vitrina y hacer de ella nuestro hobby y tesoro, nuestro perfecto y maravilloso pedrusco. Para acercarse a Gerry, primera película de la trilogía sobre la muerte (junto con Elephant y Last Days), hay que saber de antemano de qué pie cojeamos, saber si somos de los que caminan por la selva con el machete por delante rebanando cañas de bambú o tenemos en mente convertirnos en entomólogos, zoólogos y observadores de la conducta de los primates. Si somos de los primeros, ver Gerry significará no ver nada en absoluto, o ver lo mínimo. Si somos de los segundos, Gerry se convertirá en más que una visión, diría yo en contemplación.


El argumento no podría ser más simple: dos amigos (Matt Damon justo antes de perder la memoria en “El caso Bourne” y Casey Affleck) deciden realizar una excursión por el desierto. Como el camino va a estar atestado de domingueros y deciden que lo suyo es el senderismo offroad, se desvían del camino prefijado buscando soledad y naturaleza salvaje. El problema es que no llevan ni brújula ni mapas de la zona, ni siquiera botas camperas o provisiones. Cuando se dan cuenta de que están perdidos y no pueden dar marcha atrás porque no han tomado precauciones ya es demasiado tarde para ellos. Y aquí termina el guión. Lo que ilustra perfectamente a qué nivel se puede desarrollar una idea, lo que muestra las infinitas aristas que tiene un pedrusco es que, lo que en los bosquejos originales del guión de Van Sant era tan solo una línea para describir una de las situaciones algo rocambolescas que se producen en la película, se convirtió en 20 páginas en la revisión que hizo Casey Affleck. Es cierto que hay planos interminables, podrían considerarse soporíferos o aburridos, rodados al estilo Gus Van Sant, pero en la austeridad y sencillez de las imágenes y en la visión de un desierto burlón y perverso que muestra sus dientes en progresión exponencial, se esconde todo una colección de gestos, interacciones, cambios de humor, asunciones de la realidad y bailes de miradas y locuras entre los dos protagonistas que, posiblemente por ser amigos en la vida real, se muestran completamente compenetrados. El diálogo es mínimo, pero no por ello básico o insustancial, aunque no siempre lo entendamos. Es más, creo que uno de los propósitos de la película es que no siempre entendamos por qué actúan como lo hacen o por qué dicen lo que dicen. Ahí no está la chispa.


Creo que la película es más valiosa si nos damos cuenta que a veces hace falta desnudar a las imágenes de contenido, hace falta ralentizar la acción para poder ver más allá de la vorágine y que los detalles microscópicos pasen a un primer plano. Al final del desierto no espera otra cosa que la muerte, y ésta no tiene prisa por clavarnos las garras. Todo a su tiempo, dice el señor de la guadaña.

Leer mi critica de Gerry en Muchocine.net

1 réplicas martes, 16 de octubre de 2007


Si con La Celda, película-promoción-videoclip de Jennifer López (esa gran actriz) el bueno de Tarsem Singh se pegó el batacazo, su nueva y colorida The Fall no le sigue los pasos y acierta en pararse al final del precipicio para observarlo en su majestuosidad y contemplar con sorna las restos de su anterior película, y además, ganar el premio a la mejor película en la sección Fantàstic del Festival de Sitges 2007. Es cierto que The fall es algo pomposa y recargada, pero Singh esta vez se ha liado el petate y se autofinanciado la broma, para dar lustre a una historia agridulce, arrancando una actuación a los dos personajes principales que le gana la partida a las aspiraciones megalómanas del director.
Fundamentalmente, la película cuenta con dos balas de oro en la recámara, y otras de plata completando el cargador. A saber, las de oro son, por una parte, la excepcional fotografía y la explosión de texturas y colores que desprenden cada uno de sus planos, empezando por los instantes iniciales, en un blanco y negro nítido, congelado en el tiempo, y preconizador de las sutilezas visuales que se avecinan, siguiendo con la plasmación de unos paisajes naturales saturados de vida y casi coprotagonistas, y acabando por la deslumbrante composición de cada uno de los fotogramas, casi concienzudamente esculpidos a cincel para deleite de los espectadores. La otra bala de oro, la emotiva interpretación de la niña rumana Catinca Untaru, que parece no saber que está siendo filmada y se entrega en cuerpo y alma a la historia y forma un dúo interpretativo antológico con Lee Pace. Las de plata son quizás la fábula que se nos narra, rica en detalles y profusa en contenido y la idea de conectividad entre culturas que transpira de ella.

La acción acontece en un hospital de Los Ángeles en la década de los 20. En él, una niña india convaleciente a causa de un brazo roto se topa con un deprimido y despechado especialista de cine que acaba de tener un accidente en una de sus películas. Se crea entonces entre ellos una especial relación, un pacto por el cual el especialista cuenta a la niña un cuento a cambio de que ésta le traiga morfina del dispensario, para poner fin a su vida. Es entonces cuando presenciamos la historia de seis héroes a través de los ojos infantiles de Catinca Untaru (un esclavo africano, el propio Lee Pace encarnando a una especie de guerrero del antifaz, un anarquista especialista en bombas y pirotecnia, un chamán rastafari con especiales habilidades para la guerra, un pintoresco Charles Darwin y un príncipe indio), que buscan venganza por los agravios que les ha causado el señor Odio. La desesperación del narrador hace que el cuento adquiera tintes derrotistas, pero la niña no se dará por vencida y entrará en una batalla dialéctica con Lee Pace para arrebatarle el final de la historia y al mismo tiempo salvarle la vida.

Se reflexiona aquí sobre la creación de una ficción y su efecto en la realidad, sobre el poder de la imaginación y la inocencia como la mejor de las medicinas, de cómo todos nos merecemos una segunda oportunidad cuando nos dejan tirados en la cuneta. Quizás suena a edulcorado y a pastiche de emociones fáciles pero a veces es bueno dejarse llevar por la mirada de una niña y por su bondad, aunque los asistentes a la sala de prensa donde anunciaron que the Fall era la película ganadora del festival silbaran tímidamente al ver que la galardonada no cumplía con los cánones más clásicos del género fantástico o de terror. A mí me pareció muy buena elección. La que no me pareció tan buena fue que el premio a mejor actriz se lo llevara Manuela Velasco por su interpretación en Rec. Catinca Untaru, con cinco añitos, le da mil vueltas.

Y si nada de esto os convence, plantearos el visionado de The fall como un paseo virtual por casi medio mundo (se rodó en 23 países) con imágenes que a ni el mejor de los realizadores de National Geographic se le haya ocurrido nunca filmar, o como una lección de las que sientan cátedra del difícil arte de contruir una historia, buena o no, pero emotiva en el buen sentido de la palabra. Todo un hallazgo este The Fall. Esperemos que Tarsem Singh no contrate para su nueva película a Enrique Iglesias, y se límite a producirle los videoclips. Señor Singh, cada cosa en su sitio.

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Quizás alguna vez habéis conocido a un chic@ del@ cual pensárais: vaya, tiene una nariz respingona preciosa, unos ojos grandes que hablan solos, una boca bonita…pero ¿por qué será que no l@ veo guap@? Yo ayer conocí a una de esas personas: era la película la Antena, de Esteban Sapir, un reloj de precisión de ardua y detallista post-producción que necesitó dos largos años para que viese la luz. Una película muda y en blanco y negro, con un remarcado estilo expresionista que bebe directamente de las fuentes de Mèlies o Fritz Lang (de hecho, las referencias a Viaje a la Luna o Metrópolis son totalmente explícitas, no se cortan un pelo. ¿Homenaje y guiño o plagio fácil?). La acción se sitúa en una ciudad imaginaria controlada y sometida por el Señor TV, que tiene hipnotizada a toda la población con el fin de forzarles a comprar sus productos y así monopolizar toda actividad mercantil y social. En dicha ciudad todo el mundo ha perdido el don del habla, excepto la mujer que utiliza el Sr. TV para difundir su mensaje a través de canciones y mensajes televisados, dejando absorto a todo el mundo. Uno de los trabajadores del villano se da cuenta de que todo puede cambiar si el hijo de esta mujer ha heredado el don del habla, ya que podría llegar a contrarrestar el maquiavélico plan del malvado Sr. TV para subyugar por siempre jamás a su pueblo. La fábula está repleta de referencias, simbología y planos que recuerdan a otros tantos clásicos de la época neonata del cine, y esto Esteban Sapir y su equipo lo hacen con maestría. Algunas secuencias no tienen nada que envidiar a otras de Murnau o Vartov. La utilización de los subtítulos a modo de cómic pero revestidos de movimiento que explica más que la propia acción de los personajes junto con la luz tenue y gastada que nos ofrece el blanco y negro y la estética general de película muda de los albores de la cinematografía es su logro cumbre. Realmente SON la película, y no la historia. El problema es que era necesario algo más para salvar el todo, o quizás algo menos. Un recorte en su metraje de al menos 20 minutos le hubiera sentado de maravilla, y eso que la película dura 90. En mi opinión, el tratamiento de la imagen, el simbolismo semántico y las ideas fuertemente expresivas que van desgranándose vertiginosamente, empalagan y saturan al espectador, se nos pide que nos concentremos sobremanera y no hay más remedio que desconectar por momentos. La simpleza y redondez del cine mudo no se vislumbra en La Antena, tan sólo su formato, su envoltorio.

No puedo negar que la factura es sorprendente y el trabajo detrás de esta propuesta es digno de elogio, y por eso la califico como buena y os la recomiendo, pero a mi entender no han escogido el medio adecuado. El corto, o una serie de cortos dosificados hubieran sido mejor elección, incluso el cómic hubiera hecho de La Antena una obra de referencia.Cuando me cruce otra vez con La Antena por la calle, lo más probable es que pase de largo y me fije en la chica que compra verduras, que os podrá parecer más feota, no os lo voy a negar, pero es infinitamente más atractiva. Ea.

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Una de los preceptos de la iglesia baptista fundamentalista es el siguiente: fidelidad práctica a la fe cristiana en la vida cotidiana, en el trabajo, familia y la sociedad, y empeño en predicarla a toda criatura de palabra y con el ejemplo. La señora Gertrude Baniszewsky, viuda, enferma y con 7 hijos a sus espaldas, decidió predicar, con la complicidad de todos sus hijos, su buena nueva a una inocente niña de 16 años a base de vejaciones, torturas, mutilaciones y abusos sexuales de lo más variopintos, involucandro en ello a todo el vecindario de un pueblo perdido de Indianápolis, allá por los años 60. La niña en cuestión era Sylvia Likens, que se había quedado al cuidado de Gertrude junto con su hermana menor, ya que sus padres tuvieron que ausentarse por trabajo durante una temporada. Craso error. Estaban dejando a sus hijas en manos del mal personificado, el mal de una sociedad que justificaba sus hechos argumentando que tales castigos eran necesarios para enderezar a un alma perdida.

Podría ser el argumento de una película de terror, pero sucedió en Estados Unidos. Un auténtico y despiadado crimen americano. Bajo la piel del horror del resultado final desprenden sus podridos vapores la represión sexual, las enseñanzas interiorizadas a base de palos y humillaciones, la imposición férrea de las ideas cristianas travestidas en preceptos fundamentalistas y sobretodo, la sinrazón del ser humano cuando la violencia se apodera de él, y ya no puede parar. Todo argumento lógico se ve relegado y la dicotomía bien/mal queda completamente alterada.

En la sala se escuchaban suspiros que intentaban aliviar la sensación de náusea, casi se escuchaban los estómagos regurgitar bilis mientras las bocas se desencajaban y el cuerpo buscaba acomodo en la butaca del cine, que nos obligaba a presenciar cómo casi todo un pueblo se puede poner de acuerdo para torturar hasta la muerte a una niña que no había hecho absolutamente nada malo. La lista de abusos es interminable, pero aunque Tommy O’Haver nos muestra gran parte de lo que sucedió, tan sólo estamos ante la punta del iceberg. Si uno investiga un poco, constata que los propios habitantes de Indianápolis consideran este crimen como el más dantesco perpetrado contra una persona en toda su historia y que lo que sufrió la niña sobrepasa los límites de lo soportable. Por eso Tommy O’Haver nos evita sufrir más de la cuenta y nos muestra lo justo para que nos demos cuenta de lo que podemos ser capaces de hacer, en nuestros mundos supuestamente civilizados y democráticos.
Cuesta hablar de otra cosa que no sea la historia, pero cabe resaltar el magnífico trabajo de Catherine Keener como Gertrude Baniszewsky (Capote, Being John Malkovich)
y de Ellen Page (Hard Candy) como Sylvia. El choque es titánico, aunque resulta ganadora Keener. Su mirada fría y perdida es sobrecogedora, y consigue el efecto deseado.

En resumen, An American Crime es una película necesaria en tiempos en los que la tortura y la vejación son justificados con fines políticos y se da por sentado que lo éticamente correcto siempre mora en occidente, aunque viéndola se nos revuelva el estómago y sacrifiquemos la cena.

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¿Habéis estado alguna vez en algún pasaje del terror? Probablemente sí. Las reacciones suelen ser muy variopintas. Hay gente que te dice: Joder, jamás me vuelvo a meter en un sitio de éstos, aún me tiemblan las piernas. Y otros: psé, pues no ha sido para tanto, lo de siempre, sangre, monstruos, ya me lo esperaba. Pues bien, haced caso a las reacciones de vuestro cuerpo frente a este tipo de atracciones para vaticinar lo que os espera al salir del pasaje del terror que es Rec.
Otra referencia clara para hablar de la nueva película del director de Frágiles o Darkness es The Blair Witch Project. Es inevitable pensar en ella cuando ves la película, hay escenas prácticamente calcadas. Sin embargo, en esta nueva versión, hay más chascarrillo y mala leche, mucha más picardía y sobre todo, risas. Porque no nos olvidemos que Rec es una película de zombies a la vieja usanza aunque revestida digitalmente y a modo de reality show televisado (señores, el falso documental está de moda, que le vamos a hacer), y eso da mucha pero que mucha risa.

El argumento es simple, como debe ser en este tipo de propuestas. Se produce una emergencia en un bloque de pisos puesto que una antes adorable viejecita alarma al vecindario con gritos horribles. Nadie sabe aún que un virus maléfico y que por supuesto convierte en zombies sangrientos hasta al más santo ha inundado toda la comunidad, y una reportera y su cámara, que están realizando un reportaje sobre la vida noctura de los bomberos, se dirigen hacia allí con la esperanza de esclarecer el asunto. Una vez allí se ven encerrados a merced del virus, puesto que las fuerzas policiales han sellado el edificio. ¡¡Ta ta cháan!! Con esta premisa, empieza el baile, la sangre y la mala ostia. Poco más importa.

Creo que la película funciona más como comedia que como película de terror, aunque antes de su visionado anuncien a bombo y platillo que los que sufran problemas de corazón o tengan epilepsia se abstengan de verla (quizás nos avisen porque el corazón se acelera con la carcajada), aunque no dudo que los más sensibles se puedan llevar más de un buen susto y tengan ganas de hacer pipí.

Si estáis pensando en visitar un parque de atracciones por Halloween, pensadlo dos veces. Ir a ver Rec en el cine os puede salir mucho más barato.

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La película de Bruno Merle es como una maratón. Los instantes iniciales se corresponden a la ilusión y los nervios iniciales del atleta por la vertiginosa carrera que le espera. Tras esos frenéticos momentos de euforia, le siguen otros bastante predecibles, incluso anodinos, salpicados de acelerones bruscos en un trazado largo que hincha de kilos las piernas. Se tienen ganas de llegar a la meta. Y sin darse uno cuenta, llega la traca final, la llegada gloriosa a la meta, y la carrera ha acabado.
El prometedor planteamiento y el absurdo y surrealista final no tienen desperdicio. Solamente por ello vale la pena ver esta película. Es un film arriesgado, repleto de “innovaciones” en el estilo, incluso con cambios en el formato de la película, pasando de digital a 35 mm.
El protagonista (Michaël Youn, conocido showman francés y ex de la Pataki, esa gran actriz) es un animador de público en platós de televisión de tres al cuarto, que preferiría ser guapo y famoso que gracioso, totalmente alienado y desprovisto de los mecanismos de defensa para evitar volverse loco. La pérdida del amor y el fallecimiento del padre son la gota que colma el vaso, y no se le ocurre otra cosa que secuestrar al cantante de moda, para establecer con él (e incluso con el propio director de la película, con el que conversa en varias ocasiones) una peculiar relación.

Bruno Merle consigue a partes iguales que sintamos pena y asco por el personaje, que lo odiemos y lo veneremos por su atrevimiento. Pero lo curioso y realmente interesante de Héros es que es tan importante la plástica de la película, sus giros estilísticos, su experimentación, que la propia historia. Digamos que comparten protagonismo, van completamente a la par en la carrera por presentar algo decente al público, por lo que, si la historia no nos convence, también podemos imaginar que estamos en una exposición de videoarte en un museo. Estas propuestas no suelen cuajar, pero esta vez el pastel llevaba la levadura suficiente como para no hundirse por completo. Más allá de la crítica velada al mass media y la bien lograda inocencia perversa que destila el protagonista, quizás sea ésta su mejor cualidad. Como contrapartida, decir que, si no eres fan de Michaël Youn (altamente improbable por estos lares), puede resultarte un tanto histriónico y sobreactuado, pero en esta película se lo podía permitir.

De todas maneras, vale la pena acercarse a Héros perdonando los defectos y aplaudiendo la osadía y los cojones de decir: esto es lo que hay.

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Esto… como empiezo. Pues lo primero que diré es…inclasificable. Pero si me esfuerzo un poco, vamos a ver…podría decir que es como si un David Lynch lobotomizado y un guionista con parálisis cerebral (esto último no es ninguna broma, es la realidad) unieran sus fuerzas para realizar una de las películas más bizarras, refrescantes y absurdas que haya podido ver en mi vida. Luego dicen que no se proyecta cine porno en las salas comerciales. It’s fine, everything is fine tiene porno del hardcore, por si no fuera suficiente su historia para hacer poner el grito en el cielo a ciertos sectores de la sociedad o poner a prueba nuestra idea de donde acaba la imaginación y el riesgo y donde empieza el mal gusto (probablemente la mayoría se declinaría por el mal gusto). Yo, aún no lo sé, y probablemente no lo sepa. Quizás hagan falta unos años, y tras su revisionado, os podré decir algo. Lo que sí se, es que Crispin Glover no es un tío normal. Tuve la suerte de ver la premiere de la peli en 35 mm en Sitges, presentada por el propio Glover, y sólo con eso me hubiese dado por satisfecho. Crispin, ataviado con un traje tipo “soy elegante con un toque mafioso”, melena planchadita y atusada que enmarcaba un rostro afilado y sudoroso fruto de los nervios, nos empezó a hablar de la película sin decir realmente nada. Su novia modelo, lo contemplaba con una sonrisa en los labios. Este chico sabe algo que nosotros no sabemos, y me da a mí que se ríe de nosotros.

Su propuesta es totalmente friki, FRIKI en mayúsculas. La película nos adentra en la mente perversa y calenturienta de un cincuentón aquejado de parálisis cerebral (el guionista de la película, Steven C.Stewart, que murió al cabo de un mes de terminar la película, y os puedo asegurar que muuy contento por haberla realizado), nos hace bucear en su obsesión por las mujeres de pelo largo y nos presenta un mundo en el que todos le entienden cuando habla (aunque apenas pueda balbucear palabras sin sentido) y le desean sexualmente. Los diálogos son, pues, interminables, y no llegamos nunca a entender lo que dice, sólo a través de las respuestas de sus amantes. Una vez que el susodicho se pasa por la piedra a todo tipo de mujeres (una viuda amargada, a una lolita hija de la primera, una prostituta…) las estrangula con su potente antebrazo y vuelta a empezar.

Crispin Glover consigue para su film un look entre ochentero y atemporal asombroso, y la utilización de los colores es formidable. La película nos depara sorpresa final y nos hace entender que lo que parecía una sorna a las personas con problemas de movilidad y habla es realmente un homenaje. El director nos presenta un mundo en el que no es absurdo que una mujer despampanante desee fervientemente el cuerpo casi inanimado de un enfermo. Sin darnos cuenta, la película transcurre y poco a poco dejamos que el absurdo inunde nuestras cabezas hasta casi no sentirnos extrañados por la situación.
Creo que Crispin Glover es consciente de que transita por un mundo interior que no es el de la mayoría, y ésta es la prueba definitiva. Bueno, en realidad no, porque a ésta película le acompaña una precuela (What is it?) y una secuela, aún por rodar (It is mine).
El malo de los Ángeles de Charlie está en forma. Se está convirtiendo en figura de culto del cine underground, y él lo sabe. Esperemos que tenga mecha para rato. Nosotros lo disfrutaremos (nosotros es minoría, claro).

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No suelo levantarme de la butaca después de una obra de teatro. Simplemente aplaudo con mayor o menor vehemencia en función del impacto que haya provocado en mí lo que acabo de presenciar. Y pocas, muy pocas veces se me ponen los pelos de punta y me sorprendo a mí mismo con la boca abierta a los 10 segundos de empezar la función. Y, ni muchísimo menos, se me empañan los ojos tras acabar la obra, deseando que el espectáculo que se me ha regalado no acabe nunca. La Veillée des Abysses, la nueva obra de James Thiérrée, sucesor y diría que aventajado de su abuelo Chaplin (aunque le haya robado algunos gestos se lo perdonamos, porque es de la familia), ha conseguido todo eso: levantarme de mi asiento, erizarme por dentro y por fuera, casi llorar de alegría. Y lo curioso es que, tras la hora y media que dura la obra, uno no es exactamente consciente de lo que ha presenciado, no sabe si extraer conclusiones o dejarse llevar por un sentimiento desnudo, sin causas ni efectos. Parece ser que esta última opción es la acertada, recordando una entrevista que mantuvo James Thiérrée con la periodista Gemma Tramullas:

--"Un día sin reír es un día malgastado". ¿Aprueba la frase?--No. No hay días malgastados. Se aprende mucho de los días horribles. De la felicidad no se aprende, y es un estado muy poco habitual. Si te ríes todo el día, es sospechoso.
--Pues es una cita de su abuelo...--¿De verdad? Pues yo tengo una de Colón: "Nunca vas tan lejos como cuando no sabes a dónde vas".

Nunca vas tan lejos como cuando no sabes a dónde vas…qué bonito, bello y aterrador a la vez.
Podría hablar del virtuosismo de todos y cada uno de los integrantes de la compañía, la catalana Uma Ysamat, soprano, pianista y actriz , la joven Raphaëlle Boitel, una contorsionista y acróbata aérea, el experimentado bailarín sueco Niklas Ek y el bailarín de caporeira Thiago Martins. Podría hablar de la ponencia magistral de teatro gestual que nos brindó Thiérrée (escenas míticas con elementos inertes a los que consiguió arrancar vida: una silla, una rueda gigante, una verja majestuosa), auténtico prestidigitador del movimiento. También podría comentar que el juego de luces y sombras que teñía de colores plúmbeos los movimientos de los artistas fue mágico, del artefacto herrumbroso y a la vez perfectamente engrasado en el que se convirtió la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya. Podría hablar de todo eso y mucho más, porque tras el velo de teatro circense y alegre a más no poder, de lo que algunos califican como “el nuevo circo”, se esconde un espectáculo realmente innovador, amalgama de influencias y modos de ver la vida, transgresión, y mucho me temo, proclama de una subversiva manera de hacer filosofía, de sentar bases desde las que nos sustentemos. Y su proclama es ésta: puede que se nos quiera engullir la marea, puede que la tierra se resquebraje ante nuestros ojos, pero con los andrajos de lo que queda de nosotros, fletaremos un navío que pondrá a salvo lo más valioso que aún tenemos: la esperanza.

Quizás la obra parezca carecer de hilo argumental, de conflicto y cambio, y aunque las palabras introductorias que nos presenta como anticipo James Thiérrée (y que cierran la crítica), hagan ver lo contrario, la Veillée des Abysses, la Velada de los Abismos, será recordada por mucho tiempo por mostrarnos que el único argumento importante en un teatro es salir transformado, aunque sea solamente por unos segundos. Felicidades, lo habéis conseguido con creces. Yo aún sigo pensando en vosotros.

“Realmente, me hubiese gustado explicaros unas historias…perdón, una historia…pero desgraciadamente se me escapa…la historia se me escapa.
¡Ah, sí! Recuerdo…un final…que era un principio…si no se trataba de un principio que se parecía muchísimo a un final…bien… la única cosa que podemos hacer es remontar el curso contra corriente, a lo largo de un viaje…hacia el mismo sitio.
Espectáculo de chispas de alma, con las reglas de juego torcidas, donde observamos los náufragos optimistas de una nave que les acabará reencontrando en el fondo del abismo.
Nuestros personajes parecen obedecer unas leyes fugitivas, aunque su perseverancia encontrará recompensa, aunque sólo sea a través de esta luz que su actividad parece irradiar. ¿Puede que una esperanza? ¡Sí! ¡Salgamos de las tinieblas! ¡Viva la vida!”

La lástima es que la obra ha estado en cartel en Barcelona sólo entre el 26 y el 30 de septiembre. La compañía, que ya cumple diez años, irá por diferentes países como Francia, Reino Unido y Australia con este espectáculo y con Au revoir parapluie. Vale la pena seguirles la pista.



AuToRRR

Pensamientos,recomendaciones de cine, lecturas, desbarres, enlaces. En fin, lo que sea vaya.