Autor: Adrian Bravo (Ilustración: Jonna Vainionpää)

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cinefilia y relatos

martes, 9 de octubre de 2007

Una de los preceptos de la iglesia baptista fundamentalista es el siguiente: fidelidad práctica a la fe cristiana en la vida cotidiana, en el trabajo, familia y la sociedad, y empeño en predicarla a toda criatura de palabra y con el ejemplo. La señora Gertrude Baniszewsky, viuda, enferma y con 7 hijos a sus espaldas, decidió predicar, con la complicidad de todos sus hijos, su buena nueva a una inocente niña de 16 años a base de vejaciones, torturas, mutilaciones y abusos sexuales de lo más variopintos, involucandro en ello a todo el vecindario de un pueblo perdido de Indianápolis, allá por los años 60. La niña en cuestión era Sylvia Likens, que se había quedado al cuidado de Gertrude junto con su hermana menor, ya que sus padres tuvieron que ausentarse por trabajo durante una temporada. Craso error. Estaban dejando a sus hijas en manos del mal personificado, el mal de una sociedad que justificaba sus hechos argumentando que tales castigos eran necesarios para enderezar a un alma perdida.

Podría ser el argumento de una película de terror, pero sucedió en Estados Unidos. Un auténtico y despiadado crimen americano. Bajo la piel del horror del resultado final desprenden sus podridos vapores la represión sexual, las enseñanzas interiorizadas a base de palos y humillaciones, la imposición férrea de las ideas cristianas travestidas en preceptos fundamentalistas y sobretodo, la sinrazón del ser humano cuando la violencia se apodera de él, y ya no puede parar. Todo argumento lógico se ve relegado y la dicotomía bien/mal queda completamente alterada.

En la sala se escuchaban suspiros que intentaban aliviar la sensación de náusea, casi se escuchaban los estómagos regurgitar bilis mientras las bocas se desencajaban y el cuerpo buscaba acomodo en la butaca del cine, que nos obligaba a presenciar cómo casi todo un pueblo se puede poner de acuerdo para torturar hasta la muerte a una niña que no había hecho absolutamente nada malo. La lista de abusos es interminable, pero aunque Tommy O’Haver nos muestra gran parte de lo que sucedió, tan sólo estamos ante la punta del iceberg. Si uno investiga un poco, constata que los propios habitantes de Indianápolis consideran este crimen como el más dantesco perpetrado contra una persona en toda su historia y que lo que sufrió la niña sobrepasa los límites de lo soportable. Por eso Tommy O’Haver nos evita sufrir más de la cuenta y nos muestra lo justo para que nos demos cuenta de lo que podemos ser capaces de hacer, en nuestros mundos supuestamente civilizados y democráticos.
Cuesta hablar de otra cosa que no sea la historia, pero cabe resaltar el magnífico trabajo de Catherine Keener como Gertrude Baniszewsky (Capote, Being John Malkovich)
y de Ellen Page (Hard Candy) como Sylvia. El choque es titánico, aunque resulta ganadora Keener. Su mirada fría y perdida es sobrecogedora, y consigue el efecto deseado.

En resumen, An American Crime es una película necesaria en tiempos en los que la tortura y la vejación son justificados con fines políticos y se da por sentado que lo éticamente correcto siempre mora en occidente, aunque viéndola se nos revuelva el estómago y sacrifiquemos la cena.

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