Autor: Adrian Bravo (Ilustración: Jonna Vainionpää)

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cinefilia y relatos

martes, 15 de enero de 2008

Soy consciente de que este blog no lo lee ni Dios pero igualmente...Feliz Año!! Por si acaso alguien se pasa.
Empecé esta singladura (nunca había utilizado la palabra singladura y mira, me ha apetecido) posteando pequeños relatos, para luego decantarme más por las críticas de cine. Como esto es un batiburrillo de ideas y básicamente un almacén de letras, retomaremos el camino de las historias. Hoy, una de dioses, diosecillos y franquicias religiosas. Amén.




Hasta yo tengo un jefe. Sí, sí, un jefe machacón que me pide los reports el lunes por la mañana, cuando él sabe perfectamente que estoy hasta las cejas de trabajo. Pero no te escribo esta carta para desvelar su identidad, aunque sé de buena tinta que os morís de ganas por saberlo. La verdadera razón por la que mi superior me ha instado a dirigirme a tí por escrito, Papa Ratzinger, es establecer una primera comunicación realmente matérica contigo, con el fin de promover una cordialidad y entendimiento que creemos, desde aquí en la Eternidad, haber perdido en los últimos siglos. Supongo que no son necesarias las presentaciones: por las letras centelleantes y los coros de ángeles trompeteros que se han dispuesto a tu alrededor mientras abrías la carta te habrás dado cuenta de quién te escribe. Mi intención, Papa de Roma, no es revelarte el paradero del Santo Grial, para esos menesteres ya habéis creado a Indiana Jones. Ni siquiera, en esta primera misiva, pretendo darte consejos sobre cómo gestionar la Iglesia (de eso trataremos en próximas cartas, no quiero ponerme paternal y acusador para empezar, ya hablaremos de condones y opulencia…).

Tras la reunión matinal de los lunes, la junta directiva de la Eternidad ha decidido poner en mis manos el contenido de este mensaje, acordando entre las partes no poner en peligro la continuidad espacio-temporal del universo. Así que propuse empezar con un tema liviano, sin excesivo fasto: a todos les pareció perfecto hacerte sabedor de la historia de la formación de la luna. Es una anécdota que funciona muy bien en las reuniones con embajadores de otros universos, y creo que tenéis una idea bastante equivocada sobre vuestro satélite.
Tengo entendido que circula por allí un libro que jura y perjura que el mundo se hizo en 7 días. Chico, ¡que soy poderoso pero no tanto! Cuesta mucho trabajo reordenar y agrupar los átomos, programar las secuencias de ADN, en fin, para qué te voy a contar…

Teniendo la creación prácticamente finiquitada, totalmente exhausto y con los puños de la túnica manchados de nuevas criaturas, plantas y energía, me percaté de que me había quedado sin materia prima para lo que me llevaba entre manos: el cielo. No fue nada fácil, pero tras varios intentos conseguí definir una superficie de colores variables en función del tiempo, desde el rojo más enfurecido al negro opaco, totalmente habitable para especies voladoras y preparado para albergar gases nocivos que, claro está, estabais predestinados a expulsar. De hecho, estaba bastante satisfecho con el resultado, lo había decorado profusamente con auroras boreales, arco iris, apariciones de ovnis, nubes gordinflonas y granizo, incluso lo preparé a conciencia para ser la vía de entrada de numerosas apariciones marianas. Lo recargué tanto, tanto, que me quedé sin átomos y lo que es peor, sin crédito para abastecerme con una nueva remesa. Todos los demás Dioses me decían:
- Dios mío, pero si está perfecto, ¡ya lo quisiera yo para mí!- me argumentaba Zeus.
- ¡Pero si es que está recargadísimo! ¿Y qué más le quieres poner? ¡Si parece una feria!- siempre farfullaba Yu el Grande.

Poco me importaban los comentarios de mis compañeros. Un pálpito me decía que aquello se iba a tambalear y resquebrajar tarde o temprano –y te puedo asegurar, Ratzinger, que un pálpito de Dios es algo que hay que tomarse muy en serio-, que esa magna estructura se vendría abajo, sepultando bajo escombros de colores todo mi trabajo anterior.

Llevaba varios días preocupado, deambulando por el despacho, mordiendo ansiosamente las alas de los querubines, intentando encontrar una salida. Había agotado mi presupuesto y necesitaba urgentemente una inyección de fondos. Cuando ya estaba desesperado, y pensaba seriamente en destruir todo vuestro mundo y empezar de cero, cuando estaba a punto de tirar la toalla celestial, se presentó en la oficina un tipo curioso, con cuerpo de hombre y cara de pájaro. Su pico afilado, pulido y nacarado a la perfección, su cuerpo espigado y el amarillo lúgubre de sus ropones no hacían presagiar nada bueno. Me comentó que había dado por finalizada su creación y había llegado a sus oídos mis problemas con el cielo. Él pasó por los mismos momentos de incertidumbre y finalmente había dado con la solución, que había sido implantada con gran éxito. Su universo era ahora un remanso de estabilidad, un portento de equilibrio entre cielo y tierra, y estaba dispuesto a desprenderse de su secreto y dotarme de los medios para finalizar mi obra a cambio de instalar su franquicia en mi mundo. El pajarraco resultó llamarse Thot, y era un representante de la cooperativa Inframundo S.L. Yo ya había leído algo de ellos en la revista corporativa, pero poca gente había tenido la oportunidad de tratar con uno de estos Dioses.

Tras dos días en la sala de reuniones intercambiando experiencias y conocimientos, repasando punto por punto las condiciones del contrato que minuciosamente fuimos negociando, Thot presentó su propuesta final. La verdad es que yo estaba entre la espada y la pared: o aceptaba la colaboración con Inframundo S.L. o me arriesgaba a poner en peligro siglos de arduo trabajo. No me lo pensé más. Tras el visto bueno del jefe rubriqué el contrato con tinta eterna: el secreto de la estabilidad entre el cielo y la tierra y los materiales necesarios para su construcción a cambio de la permisividad ad eternum para la implantación de templos piramidales en ciertas regiones de la Tierra. No era un precio muy alto (aunque a toro pasado te diré que hay días que me siento algo molesto con tanto pan de oro, que si Nefertiti por aquí, que si el misterio de Tutankhamon por allá…)

Tan pronto como acabé de plasmar mi firma, Thot me miró con aires triunfalistas, como sabedor de que el acuerdo le beneficiaba más que a mí. Con un movimiento grácil y rápido de su pico acertó en pinzar de entre su túnica un par de objetos que me ofreció como mis pájaros regurgitan el alimento para sus crías. Uno de ellos era un pequeño tampón como los que utilizamos en la oficina para indicar que un documento está obsoleto o aprobado, sólo que este era esférico y presentaba un relieve interesante, formado por pequeños grupos de manchas circulares que, curiosamente, me recordaban al aspecto que había conferido a vuestras caras, caras como la tuya, papa Ratzinger. El otro era un bote de tinta con un pergamino impreso que rezaba:
-“Tinta con cráteres número 2. Especial tampones de creación. Aplicar con mano de hierro en cielos de colores variables cuando éste se encuentre en su fase más oscura. Dejar secar al menos 100 años. No se admiten devoluciones”
De la boca de Thor tan sólo surgieron estas palabras antes de esfumarse de la sala, dejando un reguero de arena tras su paso:
-“Dios, sigue las instrucciones del pergamino. Y no me llames para preguntarme qué gracia le veo al surf ni cómo acallar los rumores que circularán en Internet asegurando que el viaje a la luna fue un fraude”.

Thor me dejó con tres palmos de narices, ni siquiera me permitió hacerle preguntas. Allí estaba yo, con un tampón de oficina y una tinta absurda que prometía resolver mi problema. Como no era yo el más indicado para criticar los métodos creativos de otros Dioses, otorgué a Thor el beneficio de la duda y me desplacé instantáneamente al cielo en perpetua construcción. Agarre el tampón, lo embadurné en tinta blanca con cráteres, y empuñando el instrumento como si me fuera la vida en ello, asesté un golpe tan brutal como mi furia divina permitió. Retumbaron los pilares del universo, varios agujeros negros se desestabilizaron, y recibí alguna queja del departamento de recursos humanos por aumento indebido de decibelios en el sistema solar, pero allí lucía pétrea la tan ansiada estructura. Una bolita blanca con agujeritos que me pareció muy resultona. Miré hacia abajo, esperando algo que me hiciera entender que el apaño había dado sus frutos. Y ahí estaba la señal (porque los dioses también necesitan señales): un ligero vaivén acompasado empezaba a golpear los contornos de los continentes. El tembleque se iba multiplicando a lo largo y ancho de la masa oceánica que hasta ese momento había permanecido inalterable. Las aguas, como por arte de magia, se estaban moviendo, la rotación de la Tierra se ralentizó y yo… ¡yo más contento que unas castañuelas! Aquello funcionaba, ya os podía dejar solos a merced de los elementos.
Resultó que el hombre del pico era más listo de lo que creía. Fuerza gravitatoria, masa, agua…ahora parecía fácil, pero aquello tenía su miga*.

El resto de la historia te la puedes imaginar, Papa Ratzinger. Te habrás dado cuenta de que ésta fue la primera colaboración con otros Dioses, pero no la última. Siempre me veía empujado a dar los últimos retoques a vuestro mundo, y tuve que negociar con muchísimas deidades que implantaron igualmente sus franquicias, con mayor o menor aceptación por vuestra parte.
Así que Benedicto, dale las gracias a Thor por hacer que los enamorados se enamoren más, que los hombres lobo puedan dar rienda suelta a sus instintos o que los telescopios que los padres compran cuando vienen los Reyes Magos (los Reyes Magos, esa es otra historia…) no caigan en el olvido a los 5 minutos.
Como no quiero robarte más tiempo y deseo que vuelvas a retomar tus quehaceres (otro tema del que quería hablarte, pero será en otra ocasión) me despido de tí, esperando que por mi culpa no hayas descuidado ninguna misa ni trastocado peligrosamente tus dogmas de fe. Chico, ¿no querías milagros?

Recibe un afectuoso saludo de tu amigo Dios y de toda la junta directiva de la Eternidad.

*Como se que dispones de la ayuda de eminentes científicos en el Vaticano, coméntales que ojeen estas páginas web que edita nuestro departamento de marketing:
http://marenostrum.org/curiosidades/mareas/
http://www.fisica.unlp.edu.ar/materias/FisGral2/celeste/mareas/mareas.htm

P.D. Si en la próxima carta tengo curiosidad por preguntarte algo, hazme un favor Papa. Me contestas “sí” con una fumata blanca. “No” será fumata negra. Un abrazo.

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