Autor: Adrian Bravo (Ilustración: Jonna Vainionpää)

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cinefilia y relatos

domingo, 13 de abril de 2008


Acaricio las teclas
recién estrenado el día, pero aún no me atrevo a presionarlas. Están escondidas todavía las palabras, bajo el manto de pequeños montoncitos de amortiguadores, tras los cuadrados con letras impresas: “R” rota, “T” taciturna, “H” horrorosa, ,”S” solitaria... Son blancas, de seda, y en mí se repiten una a una, de la “A” a la “Z”, huelen a tinta aunque no destiñan, gritan y zumban acompañadas de las músicas compungidas que surgen de los altavoces, debajo del escritorio. Las notas más graves de las canciones de Nouvelle Vague retumban en mi cerebro, buscan las neuronas más despiertas. Casi aprieto la tecla de la “A”, y está fría, el teclado está frío aún, con legañas y sin desayunar. Me crujen a mí también las tripas, no encuentro las palabras. Sólo ácidos, retortijones, gases sin inspiración.

Sin calcetines hace frío, tengo el cuerpo caliente pero fríos los pies, y los talones, y tapo un pie con el otro para que se compadezcan el uno al otro. “Ayudadme pies, arrancadme el inicio del relato, aunque sea haciendo palanca en las uñas, aunque sea con sangre, y huela a piel arrancada en el aire, ayudadme”.

Empiezo, hay que empezar. Con la “A” se empiezan muchas cosas: Aire, Asco, Antílope, Atenazado. Me inclino por “Acaricio”, que ha abierto los ojos con el susurro del impacto de mis dedos en la tibia solidez del teclado. Sigue el altavoz enviando sus ondas de sentimientos enlatados y siguen mis oídos recibiéndolas. Ya no es lo mismo, ya hay una palabra en el papel, “Acaricio” lo envuelve todo y lo modifica todo, siguen ya otro curso mis dedos, mis ácidos estomacales y mis pies se calientan, se relajan. La caricia salta de la pantalla del ordenador, me masajea las sienes. Aaah, esto es otra cosa, qué gustito. “Acaricio”, acaríciame los neurotransmisores, por compasión, exprímeme los jugos más dulces, exprímeme los más salados, hazme un zumo de colores y sácamelo por los dedos, para que pueda escribir algo, lo último que debo ya escribir. Anda ve, “Acaricio”, y prepárame un café, el más bueno de todos y salpícame la lengua con él para que yo pueda escribir.

Cambia la canción. Notas sin prisas en el piano, una batería de jazz y un bajo se me presentan sin avisar. “Acaricio” se malcara conmigo y entonces me dice “Relájate, no mires a nada ni a nadie, saca lo que haya, o crees que eso acaso no es ya un milagro”.

Cojo la brocha gorda y del rabito de la “o” de “Acaricio” saco un espacio en blanco y luego un “las teclas”. Mira tú por donde, ya casi una frase: “Acaricio las teclas...”. Se me amansa el estómago y me hundo los ojos con las manos, ya no huele a aburrida y solitaria naftalina, ni a poso olvidado de leche agria, ahora huele más bien a cortezas de naranja y a nubes de azúcar, y sin embargo en lo negro de mi cabeza, con los ojos cerrados vuelvo a encontrarme con la presión punzante de una frase inacabada reclamándote que le des unos hermosos compañeros de baile. “¿Sabes que, “Acaricio las teclas”? Esta vez te voy a dar lo que me pides, te voy a dar lo que tengo, pero es que además vas a esperar el tiempo que se me antoje. Te dejo sola”.

Ya por la tarde conecto otra vez los altavoces y justo se acaba una canción. Alguien pasa las hojas de una revista en el sofá, alguien en la calle corretea y grita, se acabó la brisa de silencios. Sigo escribiendo ya sin cadenas, ya sin óxido, sin cadaverina empapando las huellas dactilares. Ni siquiera recuerdo si eran verdes o azules los ojos de “Acaricio”.

Ahora, sí, escribo libre. Y no me pesan ni los años, ni los días, ni los plazos. Quizás llueva ahí fuera, pero aquí dentro se está bien, muy bien. El teclado no llora, no gimotean las palabras digitales, pero yo sí porque esto se acaba, y no me gusta. Suenan las campanas de las doce: Doce sorpresas, doce sonrisas, doce triunfos, doce dolores de cabeza. No hay más horas en el reloj, ni el tiempo se muerde su propia cola, ni recorre una espiral, así que es verdad: esto se acaba. Vaciado el vaso de vino tinto en el papel, semana tras semana, vertiéndolo gota a gota, ahora puedo ver el resultado: ¿papel, sólo papel mojado? Ni mucho menos. ¿Manchas rojas y agrietadas? Tampoco eso. Queda el firme propósito de seguir mirando una hoja de papel con ojos de enamorado y hacer de lo que queda del día una novela. Así la vida es más bonita.
Mañana me levantaré muy temprano, iré al trabajo volando subido en una “V”, y aterrizaré en la máquina de pastas, y le introduciré una “O” para desayunar. Y de camino a la oficina, sabiendo que ya he terminado el último de los relatos, le diré a la paloma mensajera que vuele muy alto y lance mi carga de papeles arrugados surgidos de la papelera, en los que pone “NO SE ESCRIBIR”, porque ya no los quiero. No quiero más excusas para no seguir.

Como todos los días, y a todas horas, aquí empieza todo. Pero esta vez, me lo creo.

3 réplicas:

Anónimo dijo...

Que tal,

Ando surfeando la net buscando a Adrian Bravo, de Chile. Si eres tu, ojala puedas responder por este medio.

Saludos. Arturo López

Anónimo dijo...

Lo siento Arturo! Soy Adrian Bravo...de España. Espero que tengas suerte en tu búsqueda.

L. R. F. dijo...

Me encanta tu blog, te he encontrado de casualidad. No estoy muy segura de que seas un chico que vivía o trabajaba en Gavá... Enhorabuena por tu trabajo y no desistas, hace tiempo que no escribes! Saludos de una gavanenca!

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